martes, 12 de febrero de 2013

Día de Darwin: el primer antidarwinista


Primero que nada...
¡FELIZ DÍA DE DARWIN!

Ahora sí..

El debate entre ideas opuestas ha sido parte de la civilización desde sus inicios. Sin embargo, pocas ideas han trascendido tanto en la historia como lo ha hecho la evolución. Y es que no solo revolucionó las ciencias naturales, sino que provocó una sacudida mental a la ética, la filosofía, la política, la religión y a la cultura en general.

Un día como hoy, pero de 1809 nació la mente que causaría esta increíble revolución, tal vez, la más importante del siglo XIX: Charles Robert Darwin. El gran naturalista (reconocido como uno de los grandes genios de la ciencia, comparable con mentes como Galileo, Newton y Einstein), durante su juventud disfrutó de las enseñanzas escritas que había dejado el teólogo William Paley sobre cómo la naturaleza demostraba la existencia de Dios.

Paley bautizó su apología como teología natural. Para Darwin, esta doctrina dejaba muy en claro por qué el mundo natural es bello y complejo, a la vez cómo esta belleza era la obra indiscutible de un creador. El más famoso argumento de Paley es el argumento del relojero; según este, la vida es análoga a una maquina como un reloj. Si uno encontrara un reloj de bolsillo en una pradera, lo último que alguien pensaría sería que éste llegó a existir por casualidad, de forma espontanea y sin ningún relojero que lo creara. Forzosamente tendríamos que concluir que ese reloj es una maquina demasiado compleja como para haber surgido de la nada, y tuvo que haber tenido un creador para existir. Del mismo modo, la vida es demasiado compleja como para haber surgido de la nada y sin ningún creador. Por tanto, la vida tuvo un creador, y ese creador no pudo haber sido otro más que el Dios bíblico. Por tanto, Dios existe.

La teología natural puede verse como el fundamento filosófico
del actual creacionismo del diseño inteligente.
La bella retórica de Paley cautivó al joven Darwin, y muy probablemente influyó en su decisión de volverse naturalista. Sin embargo, Darwin como hombre de ciencia, y a lo largo del tiempo en que formuló su genial idea dentro de su mente, se dio cuenta que la teología natural, aunque bella, estaba equivocada. Comparar la vida con una maquina era solamente una falsa analogía. El proceso por el cual ha pasado la vida durante millones de años es un proceso que prescinde por completo de algún guía o algún diseñador.

Algunas décadas después del viaje en el Beagle, Darwin publicaría su obra magna: Sobre el Origen de las Especies por medio de Selección Natural, o la Lucha por la Existencia. El libro contenía una increíble cantidad de datos sobre naturalismo; una increíble información sobre agricultura, ganadería, entomología, botánica y algo de las entonces nuevas ciencias de la geología y la paleontología. Mostrado con elegancia y coherencia, los datos que mostraba El Origen de las Especies buscaban ser el fundamento de la tesis principal: los organismos vivos actuales, descienden de organismo más antiguos, en su mayoría extintos en la actualidad. Todos los organismos vivos tienen ancestros, y toda la vida tiene un ancestro en común y a lo largo de millones de años la vida se ramificó como un enorme árbol. El mecanismo por el cual todo esto ocurrió (y aun ocurre) lo llamo selección natural.

La selección natural, nos dice, es el mecanismo por el cual se preservan los rasgos favorables de las especies, mientras que los desfavorables o inútiles se eliminan con el paso del tiempo. Así especies adaptadas a ciertos ambientes y ciertas formas de vida pueden sobrevivir con rasgos que favorezcan su existencia o extinguirse si no se adaptan al medio y al cambio.

Darwin sabia que asegurar lo anterior era un asunto tabú, incluso dentro de los círculos académicos. Aunque ya existían posturas evolucionistas (como las ideas de Lamarck o de Erasmus Darwin), y un alto grado de escepticismo sobre el relato bíblico del Génesis, la idea de que existe un mecanismo en la naturaleza que no es guiado por ningún dios y que es el responsable de la existencia de la diversidad biológica, era demasiado escandaloso.

Darwin se aseguró de guardar silencio por años, hasta tener una buena cantidad de información y pruebas que mostrara a la selección natural como una auténtica hipótesis científica. De este modo luego de un largo tiempo de espera y siendo un resumen algo apresurado, se publicó El Origen de las Especies el 24 de noviembre de 1859.

Tal y como Darwin predijo, las críticas no se hicieron esperar. Sin embargo, algo que posiblemente no esperaba el naturalista, es que su teoría trascendiera el dialogo científico y llegara al diálogo político, ético y cultural. La teología natural había quedado atrás, ahora en los círculos científicos se debatía intensamente la teoría de la selección natural.

Un paleontólogo en específico sería el mayor atacante de la selección natural, a tal grado, que sería (hasta donde conozco) el primero en difundir una postura que hasta el día de hoy existe. Aquel paleontólogo no era otro que Richard Owen, y las ideas tan radicales que predicó llevan el nombre de antidarwinismo.
El legendario divulgador científico y escritor de ciencia ficción, Isaac Asimov, nos relata en la introducción de su ensayo Los Lagartos Terribles, que “entre los científicos hay bellacos, como en cualquier otro grupo”.

Richard Owen con un fósil de Moa.
Asimov nos cuenta que su candidato favorito para un puesto eminente en la “bellaquería científica” es Sir Richard Owen. “Fue el último de los ‘filósofos naturales’ de primer orden –nos dice Asimov sobre Owen-, que aceptaban las ideas místicas del naturalista alemán Lorenzo Oken. Creían ellos en el desarrollo evolutivo por vagas fuerzas internas, que guiaban a las criaturas hacia ciertas metas especiales.

Cuando en 1859 Charles Darwin publicó El Origen de las Especies, en que  presentaba pruebas de la evolución por selección natural, Owen quedó horrorizado. La selección natural, tal como la describía Darwin, era una fuerza ciega, que transformaba las especies actuando sobre variaciones casuales de los individuos.

Luego de esto, se desató una polémica, tal y como se desata en ciencia a la hora de poner a prueba una nueva teoría. La teoría, para ser considerada válida debe contar con evidencias que la respalden, sobreviviendo de este modo a las críticas que otros científicos puedan hacer. Y así fue como se trató a la selección natural, buscando sus evidencias extraordinarias ante tal afirmación extraordinaria.

Sin embargo, Owen buscaba destruir por completo las ideas de Darwin. “Owen escogió criticar el libro de Darwin en todos los diferentes artículos que logró publicar –continua narrando Asimov-. Eligió presentar anónimas esas recensiones, citando extensamente sus propios trabajos,  con exaltados elogios, para aparentar que los impugnadores eran muchos. Eligió dar un extracto nada fiel del contenido del libro, ridiculizándolo en vez de aducir objetivamente argumentos adversos. Y, aun peor, incitó a otros a atacar a Darwin, en forma venenosa y anticientífica, ante públicos profanos, proporcionándoles para ello información falsa.”

Darwin, ya sea por sus investigaciones o por su mal estado de salud, no solía enfrascarse en debates públicos. Si acaso, comentaba y respondía a reclamos por correspondencia. Richard Owen y Darwin intercambiaron algunas cartas discutiendo el tema de la evolución, y décadas antes de que se publicara El Origen de las Especies, Owen era uno de los paleontólogos que ayudó a Darwin a identificar los fósiles recolectados tras el viaje del Beagle.

Un dato curioso es que revelaciones posteriores por parte de Owen, demostraría que las criaturas extintas recolectadas por Darwin en su viaje (como armadillos y perezosos gigantes), estaban relacionadas  con las especies actuales de la misma zona, pero no descendían de estas, ni eran parientes de criaturas de similar tamaño en África, tal como Darwin creía.

Lo cierto es que, aunque aceptáramos la acusación que Asimov hace a Owen de ser un “…cobarde, maligno y despreciable”, también tenemos que aceptar (así como el propio Asimov acepta), que Richard Owen fue un gran científico, figura imposible de omitir en la historia de la paleontología.

Otro punto destacable es que, aunque podemos verlo como el primer científico antidarwinista, nunca fue un creacionista. Owen creía que los organismos biológicos surgen como resultado de algún tipo de proceso evolutivo. Para esto, creía que existían seis tipos de mecanismos: el desarrollo de la partenogénesis prolongado, parto prematuro, malformaciones congénitas, atrofia lamarckiana, hipertrofia lamarckiana y transmutación. De estos, la transmutación era el menos probable, según Owen.

Algunos historiadores de la ciencia argumentan que Owen abrazaba el evolucionismo, pero se alejó del asunto cuando en 1844 se publicó de forma anónima Vestigios de la Historia Natural de la Creación (décadas más tarde se sabría que fue obra del periodista y editor Robert Chambers), y con esto se desataría  un militante debate, una polémica sobre evolución y el origen de las especies vivas antes de que se publicara El Origen de las Especies.

Owen había demostrado una secuencia evolutiva del caballo a través de los fósiles  de estos equinos y sus antepasados. En 1852 descubrió las glándulas paratiroideas, al disecar un rinoceronte (no pasó mucho para que también se descubriera en el ser humano).

Pero el mayor éxito de Owen que lo haría saltar a la fama, se la debe a la creación de una palabra. Fue uno de los primeros en estudiar unos extraños fósiles bastante antiguos de lo que parecían ser gigantes monstruos. Fósiles de unos animales inexistentes por varios millones de años, que median hasta cinco veces más que el elefante vivo más grande conocido.

Los enormes esqueletos, reconstruidos por los restos fósiles, eran de una naturaleza netamente reptiliana. Por esta razón, Richard Owen los llamó “lagartos terribles”, “Dinosaurios” por su traducción en griego. Asimov nos dice de forma sarcástica que “realmente esos gigantescos reptiles antiguos tienen más cercano parentesco con los caimanes que con los lagartos; pero yo reconozco de ‘Dinocrocodilia’ hubiese sido un nombre inadmisible.  El nombre arraigó, y hoy yo estoy seguro de que muchos niños saben describir varios dinosaurios, aunque no sepan describir un hipopótamo, ni hayan visto un okapi.”

Los años pasaron; Owen continuó impartiendo tanto conferencias de paleontología como de antidarwinismo. El biólogo, y pupilo de Darwin, T.H. Huxley le haría frente ante los reclamos y debates sobre evolución humana y parentesco con otros primates. Owen, a pesar de ser un evolucionista, pensaba que el ser humano era un “algo aparte” en la naturaleza, es decir, no descendía ni tenía parentesco con los animales.

En sus intentos de desprestigio, Owen trató de manchar el nombre de Huxley por haber sido un defensor de la idea de que “el origen del hombre  es un mono transmutado”. Durante su carrera, Huxley hacia hincapié en que la anatomía comparada del ser humano con primates recién descubiertos como el gorila, demostraba el parentesco entre especies. Evidencia visual de la comparación entre el cerebro humano y el de los gorilas, por ejemplo, demostraba que no existían “estructuras faltantes” (como el hipocampo menor y el cuerno posterior), tal y como Owen aseguraba para probar que los monos no tenían nada que ver con los humanos. Huxley acusaría a Owen de perjurio y charlatanería por mentir en la evidencia.

Tiempo más tarde Owen reconocería que tales estructuras faltantes en realidad sí se encontraban en el cerebro de primates, aunque con menor desarrollo; pero que el tamaño de los cerebros primates (más pequeños que el cerebro humano), era un argumento para diferenciar a los humanos y los primates.
 Las afirmaciones y argumentos de Owen eran cada vez menos escuchadas, mientras que las conferencias de Huxley se volvían un éxito rotundo, dejando de lado al antidarwinismo y al creacionismo; mirando a los seres humanos como una especie de entre miles.

Algo que es interesante observar en el antidarwinismo de Owen es que no solo buscaba criticar la selección natural como teoría científica, sino que le molestaba la idea de que el ser humano, aun con su gran cerebro y su cultura única, fuera un animal. Este es el mismo sentimiento que imperó en el antidarwinismo a través de los años. No es en sí la idea de que la vida evoluciona y se adapta lo que molesta, sino el pensar que un ser tan “perfecto” como el humano haya pasado (y siga pasando) por el mismo mecanismo evolutivo por el cual especies “salvajes” han pasado.

¿Fósil de transición o
solo un "pájaro viejo"?
En enero de 1863 Owen compraría el fósil recién descubierto de Archaeopterix para el Museo Británico. El hallazgo demostraba una de las predicciones de Darwin, un “proto-pajaro” que mostraba características reptilianas (es decir, un fósil de transición), eran ciertas. Owen jamás admitió que el fósil fuera algo más que un pájaro muy antiguo.

Tal vez veamos a Richard Owen como el malo de la historia, pero hay que reconocer que, en gran medida, fueron los debates y críticas que mostró ante la teoría de Darwin lo que impulsó la investigación profunda y la divulgación de esta idea a un público hasta entonces ajeno a la ciencia. Un público que miraba a la ciencia como algo a parte, casi esotérico. Ahora el debate científico se convertía en un debate de interés social.
Darwin, al final de su vida confesaría que “solía ​​tener vergüenza de odiarlo tanto [a Richard Owen], pero ahora cuidadosamente acaricio mi odio y desprecio en los últimos días de mi vida”.

En la actualidad, el antidarwinismo sigue vivo, aunque principalmente avivado por el fundamentalismo del creacionismo y la pseudociencia del diseño inteligente. El antidarwinismo actual, muestra exactamente las mismas características del antidarwinismo de Owen de hace más de 150 años. Una postura dogmática, deshonesta y militante que ignora la evidencia con tal de preservar la creencia o la ideología dominante.
De la historia, estudios y argumentos de Owen tal vez haya que aprender, del antidarwinismo no.

Una vez más...


¡FELIZ DÍA DE DARWIN!


y...


¡Feliz cumpleaños Mamá!

SI TE INTERESA ESTE TEMA

*Historia de El Origen de las Especies de Charles Darwin, de Janet Browne, Editorial Debate, México, 2008.


*El sitio web del Museo de Historia Natural de Londres ofrece una pequeña pero instructiva biografía de Richard Owen.

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